domingo, 13 de abril de 2008

SATIRA

FIDEL Y LOS MACHETES DE RAÚL

Autor: Héctor Peraza Linares
Periodista, escritor
Ex preso político cubano exiliado en España

hector.peraza.linares@hotmail.com
http://www.hectorperaza.blogspot.com/

Madrid, 7 de abril de 2008



Fidel - Raúl, creo que con tu consigna de acabar con las prohibiciones absurdas has cometido un tremendo error que nos va a traer muy malas consecuencias.

Raúl - ¿Lo dices porque haya liberado la venta de celulares?

Fidel - ¡Por supuesto que no! Para algo tenemos al joven Ramirito Valdés de Ministro de Informática y Comunicaciones: ¡para que le pinche el teléfono a los que compren un celular! ¡Lo que el pueblo hable por los celulares lo conoceremos nosotros!

Raúl - ¿Estás enojado porque he autorizado que los cubanos de la isla puedan alojarse en nuestros hoteles turísticos?

Fidel - ¡En lo absoluto, chico! Esa medida está muy bien porque les sacaremos de los bolsillos los dólares a los gusanos que reciben remesas de los familiares que tienen en el extranjero. Esa gentuza a partir de ahora no hará más el amor en nuestras revolucionarias, cochambrosas, piojosas, chinchosas, moscosas, mosquitosas y cucarachosas posadas. ¡Ahora lo harán en nuestros hoteles! ¡Pero tendrán que pagarnos, a ti y a mí, el hospedaje en pesos convertibles, divisas que de inmediato ingresaremos en las cuentas secretas que tiene la revolución, es decir, que tenemos tú y yo, en Suiza!

Raúl – (dudoso) Otra prohibición absurda a la que he puesto fin es a la venta de televisores. ¿Es ese el tremendo error de que me hablas?

Fidel - ¡Ni mucho menos! Es lo mejor que has hecho. Lo perfecto para nosotros será que en Cuba, en cada casa, lleguen a haber no menos de quinientos o seiscientos televisores. De ésa forma mis reflexiones, tus discursos y las noticias que nos interese difundir, aquellas que hablen mal de los gobernantes norteamericanos, y bien de nosotros dos, las haremos llegar a los más recónditos rincones de los hogares cubanos, y, por lo tanto, a los cerebros de todos los cubanos. Ya lo dijeron sabiamente Aristóteles y El Bobo de Abela: “Los cerebros del pueblo están dentro de las casas y las casas están dentro de los cerebros del pueblo”. ¡He dicho!

Raúl – (aplaudiendo las palabras de Fidel) - Papá, ¡eres un genio como Aladino!

Fidel – (haciendo un ademán con la mano para que Raúl deje de aplaudirle) – ¡Más bien como El Padrino! ¡Yo soy Vito Castrone!

Raúl - ¡Y yo tu hijo, Fredo Castrone!

Fidel - Además, hijito, no olvides que la televisión puede existir sin la revolución, es decir, sin nosotros dos, pero que nosotros dos ¡no duraríamos ni dos días en el poder sin el poder de la televisión!

Raúl - (rompe en nuevos estruendosos aplausos y en gritos de consignas antinorteamericanas como la siguiente:

¡Padrino, seguro, a los yanquis dale duro!).

Fidel – (grita, en medio de los atronadores aplausos y de la chillería de Raúl) -¡Eso lo descubrí en 1959 cuando el presidente Urrutia quiso tumbarme del caballo!

Raúl (enfervorizado) - ¡Padrino, seguro, a los yanquis dale duro!

Fidel - ¿Qué hice ante la provocación de Urrutia? ¡Me aparecí en un programa de televisión y dije, amenazadoramente, que yo iba a renunciar al cargo de Primer Ministro! ¡A partir de esa noche nació un amor eterno entre la televisión revolucionaria cubana y yo! ¡En Cuba la revolución y la televisión soy yo! ¡De ahora en adelante, la televisión y la revolución, en este país, seremos tú y yo! Te repito: ¡Lo mejor que has hecho es liberar la venta de televisores! ¡Te felicito, hijito!

Raúl - ¡Viva la televisión revolucionaria!

Fidel - ¡Viva la revolución televisionaria!

Raúl - ¡Viva Don Vito Castrone!

Fidel - ¡Viva yo!

Raúl – (medio ronco de tanto gritar) ¿Tu inquietud se debe a que dentro de unos días autorizaré la venta libre de guatacas?

Fidel – (sonriente) ¡No! ¡La revolución, es decir, tú y yo, lo que necesita, precisamente, es contar con cientos de miles y, si es posible, con once millones de guatacas dentro de la isla! Es un asunto matemático: a más guatacas, tracatanes, chicharrones, halalevas o adulones que hablen siempre bien de la revolución, es decir, de nosotros dos, y mal de nuestros enemigos, más tiempo estaremos en el poder. ¡Vivan las guatacas y los guatacas!

Raúl - ¡Vivan las guataconas y los guatacones!

Fidel - ¡Vivan los chicharrones, tracatanes, y cargabates que nos mantienen en el poder a ti y a mí!

Raúl – (trepándose encima de la cama de Fidel) ¡Vivan los chicharrones y las chicharronas, los tracatanes y las tracatanas, los cargabates y las cargabatas!

Fidel – Querido Fredo, casi todo lo que has liberado hasta ahora está muy bien, hijo mío. Casi todo. El mundo entero es testigo de que estamos democratizando a Cuba y llenándola de Derechos Humanos a través de la venta libre de computadoras, teléfonos celulares, televisores, alicates, sacacorchos, herraduras de caballos y de mulos, cubos, palanganas, orinales, chancletas, palillos de dientes, matamoscas, cortauñas, calzoncillos, ajustadores, blumers, papeles higiénicos, peines, bateas, bisoñés, peluquines y guatacas.

Raúl - ¡Vivan las guataconas, los guatacones, los transguatacones y las transguataconas!

Fidel – Te digo que casi todo lo que has liberado está muy bien hecho. No te digo que todo lo que has liberado está muy bien hecho. Hay algo que está muy mal hecho.

Raúl – (con cara de perplejidad) ¿Qué dices, padrino?

Fidel – ¡Lo que oyes, Fredo! Al poner en práctica tan gigantesca, descomunal y pragmática democratización que nos convierte de hecho, pecho, techo, ketchup, cohecho y de derecho en el país de mayor democracia en el planeta tierra y, probablemente, en el universo, muy especialmente a causa de haber liberado la venta de calzoncillos, blumers, bisoñés y palanganas, has cometido, querido Raúl, digo, querido Fredo, un tremendo error que le traerá a la revolución, es decir, a ti y a mí, unas terribles consecuencias. Vaya: ¡qué se te ha ido la mano!

Raúl – (cariacontecido) ¿Qué se me ha ido la mano?

Fidel – (enojado) - ¡Sí! ¡Has liberado algo que nos puede costar y cortar nuestras cabezas!

Raúl – (acongojado, al borde un ataque de nervios) ¿Qué he liberado que nos puede costar y cortar nuestras cabezas, padrino mío!

Fidel – (acremente y dando, desde la cama donde está postrado hace más de un año, puñetazos en el aire a invisibles enemigos) - ¡Los machetes!

Raúl – (incrédulo y turbado) ¿Los machetes?

Fidel – (rotundo) ¡Sí, comebola! ¡Los machetes!

Raúl – (hecho un mar de lágrimas) Pero, padrinito, si la gente lo que hará con los machetes será cortar caña y marabú, chapear y tumbar cujes para las casas de tabaco. Esos trabajos nos reportarán más dólares para ti y para mí, es decir, como tú dices, para la revolución, que ingresaremos en nuestras cuentas en la banca Suiza.

Fidel – (furioso y extenuado por los cuatro golpes que tiró a los invisibles enemigos) ¡No te das cuenta de lo que te digo, hijito! ¡Qué corto de entendederas eres! ¡Los Corleones tuvieron la desgracia de tener en la Familia al tonto de Fredo! ¡La mía disgrachia es que tú seas mi Familia completa!

Raúl – (llorando a lágrima viva delante de un espejo) ¡No me regañes así, padrino!

Fidel – (se encoleriza tanto que una enfermera le pone, para calmarlo, una inyección de diazepán) - ¡No llores, que ya hace varios años que fusilamos a Ochoa!

Raúl – (haciendo pucheros) Pa pa pa padrino, ¿por qué dices que el pueblo nos va a cortar las cabezas a ti y a mí con los machetes que he puesto en venta libre?

Fidel – (rotundo) ¡Porque los machetes son un símbolo para el pueblo cubano!

Raúl – (sollozante) ¿Qué símbolo, papaíto Castrone?

Fidel – (en tono y con gestos de profesor de escuela primaria ante un alumno poco inteligente) ¿Has leído, criatura de mía famillia, algo de la Historia de Cuba?

Raúl – (entusiasmado) - ¡Me conozco de memoria los dibujos animados de Elpidio Valdés!

Fidel - ¿Sabes que el arma de guerra de los mambises era el machete?

Raúl – (contento) ¡Sí, sí, sí lo sé!

Fidel – (con gesto irónico) ¿Sabes que los mambises, cuando iniciaban una carga al machete contra los soldados españoles, gritaban: ¡A degüello!

Raúl – (muy alegre) ¡Sí, padrinito, sí, sí lo conozco! ¡A arrancapescuezo!

Fidel – (entornando los ojos y frunciendo el entrecejo) ¿Acaso ignoras que los mambises luchaban por la libertad de Cuba?

Raúl – (orgulloso de sus grandes conocimientos de Historia de Cuba) - ¡No, no, no, no, no lo ignoro!

Fidel – (en tono amenazador con el dedo índice temblándole y apuntando hacia la cabeza de Raúl) - ¿Te das cuenta ahora, Fredito, del tremendo error que has cometido al autorizar la venta libre de machetes?

Raúl – (turbado) – No, no me doy cuenta, padrinito mío caríchimo.

Fidel – (de nuevo furioso y a punto de coger a Raúl por el cuello) - ¡Fredito, digo, Raulito, será posible que seas tan mentecato, criaturita de mía famillia?

Raúl – (de nuevo llorando a moco tendido) – ¡Mío padrinito, es que no sé lo que me quieres decir!

Fidel – (tres hermosas enfermeras se encargan de tranquilizarlo, para lo cual una le hace el cuento de Blanca Nieves y los Siete Enanitos; otra, el de la Cucarachita Martina y la tercera, como música de fondo, le canta La Internacional) Mijito, ¡será posible que tú no sepas que en Cuba no hay libertad desde que estamos nosotros dos en el poder?

Raúl – (secándose las lágrimas con un pañuelo de Christian Dior) ¡Eso sí lo sé, papaíto Castrone!

Fidel – (a duras penas conteniendo su mal humor) ¿Qué es lo que sabes, chico?

Raúl - ¡Que en Cuba, desde que tú y yo estamos en el poder, no hay libertad!

Fidel – (encolerizado) - ¡He ahí el quid de la cuestión! ¡Por esa razón el pueblo cubano, con los machetes que tú has puesto en venta libre, nos degollará a ti y a mí al grito de: ¡A degüello!

Raúl – (atemorizado y queriéndose meter debajo de la cama donde está tendido Fidel) ¡Don Vito Castrone, padrinito, papaíto mío, tengo miedo de que el pueblo me arranque la cabeza!

Fidel – (los ojos virados en blanco, acariciándole la cabeza a Raúl) – No temas, Fredo. No temas. No nos cortarán las cabezas. ¡Jamás de los jamases lo consentiré! Puedes estar tranquilo, mío caro fillo.

Raúl – (al fin logra meterse debajo de la cama de Fidel) - ¿Qué harás para impedir que el pueblo nos corte las cabezas, padrinito de la Castrone famillia?

Fidel – (mesándose la barba y abriendo desmesuradamente los ojos) - ¡Para impedir que el pueblo nos degüelle, te autorizo desde este momento a que autorices la venta libre de once millones de fusiles ametralladoras AK y de decenas de millones de balas para esas armas!

Raúl – (sacando, como una tortuga, la cabeza de debajo de la cama de Fidel) Pero, padrinito Don Vito Castrone, mío caro papaíto, ¿no te das cuenta que si hacemos eso el pueblo nos meterá millones de balas en el cuerpo, tal como le hicieron en 1989, en Rumania, a Ceaucescu y a Elena, su mujer?

Fidel – (a punto de quedarse dormido, quizás para siempre) - ¡Pero no nos cortarán las cabezas con tus machetes!