miércoles, 3 de marzo de 2010

LA OBRA INMORTAL DE ZAPATA






Autor: Héctor Peraza Linares
hector.peraza.linares@hotmail.com
Madrid, 5 de marzo de 2010

El socialismo es utopía; el obrero, praxis. El primero es sinónimo de falacia, el segundo de autenticidad. El obrero nació primero que el socialismo.

Orlando Zapata Tamayo, el prisionero de conciencia cubano que el 23 de febrero falleciera después de 85 días en huelga de hambre, en reclamo al régimen castrista de un trato justo y humano para él y para el resto de los 200 presos políticos que hay en Cuba, tenía como oficio la albañilería y la fontanería, y, como profesión, la lucha por la libertad del pueblo que le vio nacer.

Fue un obrero de la libertad.

En términos marxistas sus manos constituían sus medios de producción. No poseía fábricas, tierras, mansiones, empresas, medios de transporte (a no ser una destartalada bicicleta), ni ordenadores, teléfonos móviles, euros ni dólares. Fue propietario, eso sí, de una gran dignidad, de una inconmensurable valentía, de un gran amor a su pueblo y a los Derechos Humanos.

Orlando Zapata Tamayo, amaba tanto la vida, que murió por defender el derecho de los ciudadanos de la isla a vivir en libertad. Ya lo dice el Himno Nacional cubano: “No temáis una muerte gloriosa/que morir por la Patria es vivir”.

Zapata Tamayo vive, porque su martirio da vida y renovadas fuerzas a los once millones de cubanos que habitan dentro de la isla, así como a los casi tres millones de la diáspora, en su irrenunciable lucha por alcanzar la libertad y la democracia. Su muerte es un aldabonazo en la conciencia del pueblo cubano y del mundo libre.

Desde el punto de vista marxista, Orlando Zapata, no fue burgués, millonario ni explotador. Fue, simplemente, un obrero, un hombre que vivía del sudor de sus manos y de su frente, que trabajaba, como albañil-fontanero, en la tierra gobernada por la burguesía no prevista por Carlos Marx ni por Federico Engels: la comunista-castrista. Burguesía de nuevo cuño que desde hace 51 años explota el sudor, la sangre, y el sin pan con terror en que malvive la inteligente, simpática, valerosa, hospitalaria, noble y risueña población cubana.

Los dirigentes comunistas cubanos, encabezados ahora por Raúl Castro, se dicen defensores de los derechos de los obreros… Orlando Zapata Tamayo, el humilde albañil de Banes, murió a consecuencia de las torturas que sufrió en las cárceles cubanas de manos de los esbirros del régimen comunista de los hermanos Castro, los más antiguos defensores y practicantes, en el mundo, de las quiméricas teorías del autor de El Capital.

¿Qué diría Marx si resucitara hoy y conociera el calvario que tuvo que sufrir el obrero, albañil-fontanero, Orlando Zapata Tamayo? Lo más probable, cabe suponer, es que tirara al fuego sus Obras Completas, y volviera, furioso y decepcionado, a su tumba en el londinense cementerio de Highgate, no sin antes haber pedido perdón a la humanidad, y, en particular, al pueblo cubano, por el hecho de que sus teorías económio-filosóficas hayan propiciado la existencia de engendros totalitarios tan siniestros y perversos como el de los hermanos Castro.

El cuerpo de Orlando, fuerte y resistente por el ejercicio diario con ladrillos, bloques, palas, picos, piedras y con sacos de cemento, resistió innumerables torturas físicas y varias huelgas de hambre. Parece que los tiranos decidieron acabar con su vida porque en algún momento pensaron que era un ser inmortal.

Se equivocaron los tiranos. Vivo, no era inmortal. Muerto, sí lo es.

A partir del 23 de febrero el fantasma de Zapata persigue, sin tregua ni descanso, cada vez con más fuerza y universalidad, a los Castro y su opresivo sistema.

Ni el más marxista de los marxistas puede negar que Orlando Zapata Tamayo era un obrero genuino para quien, supuestamente, se hizo la llamada Revolución cubana. Revolución que ha llevado a cumplir prisión, en las más de trescientas cárceles surgidas después de 1959 en “La Perla de las Antillas”, a más de medio millón de cubanos.

Intelectuales, políticos, científicos, artistas (incluyo al actor Willy Toledo que ha tenido la desfachatez de llamar terrorista a Zapata), y ciudadanos de la izquierda española: pregúntense si los gobernantes comunistas cubanos en realidad defienden los intereses de los que Marx llamaba proletarios. ¿Cómo es posible entonces que torturen hasta la muerte a un descendiente de aquellos obreros que propiciaron las primeras luchas a muerte contra sus “explotadores”, allá por el siglo XVIII? Pregúntense: ¿Qué crimen cometió Orlando, por ejemplo, para que la dictadura castrista le impidiera, criminal y sádicamente, tomar agua durante casi veinte días, hecho que le produjo una irreversible enfermedad renal?

¿Quiénes son los terroristas en Cuba, señor Toledo? ¿Zapata y los que piensan y actúan como él, o los Castro y sus esbirros? ¿Sabe usted que Fidel Castro, en la prisión de Isla de Pinos, nunca fue golpeado, se cocinaba a su gusto su propia comida, y no hubo un solo día en que no se fumara varios de los mejores puros que se fabricaban en Cuba en aquella época? Para Zapata, la prisión fue un calvario. Para Castro, unas vacaciones turísticas. ¡Y Orlando no asaltó un cuartel!

Zapata Tamayo era de la raza negra. ¿Acaso los Castro, señor Willy Toledo, no se ufanan de haber acabado con el racismo en Cuba? Cabe preguntarse: ¿Lo matan por ser un opositor al régimen, o por ser un individuo de la raza negra que se opone al régimen? Los Castro no son ciegos.

Ellos saben que en Cuba la oposición no tiene color. “Crisol de cubanía”, llama Fernando Ortiz al mestizaje en la isla. Entre los miles de opositores los hay blancos, mulatos, negros y hasta descendientes de chinos. Los opositores entre sí se llaman hermanos.

La madre es la Patria, blanca, mulata y negra, esclavizada. José Martí Pérez, el Apóstol de la independencia de Cuba, lo fijó: “Hombre es más que blanco, más que mulato, más que negro. Cubano es más que blanco, más que mulato, más que negro”.

Orlando, además de obrero, era oriental. Los Castro consideran a esa zona del país como su santuario. ¡Y le temen a los orientales! ¿Lo matan por ser un opositor al régimen, o por ser un ciudadano de la región oriental, históricamente la más rebelde de Cuba, que se opone al régimen?

Orlando tenía 42 años. Nació cuando los Castro llevaban ocho en el poder. ¿Acaso su edad escolar la pasó en escuelas norteamericanas? No, señor Toledo. Los cursó en Cuba. ¿Creció viendo canales de televisión norteamericanos, o leyendo el Nuevo Herald de Miami, o el periódico El ABC de España? No. Se crió viendo películas y dibujos animados soviéticos, que los niños cubanos de esa época llamaban “muñequitos de palo”, porque eran abominables y aburridísimos

. Su adolescencia, juventud y adultez la tuvo obligatoriamente que pasar escuchando, o viendo, noticieros en los que, desde hace más de medio siglo, sólo salen las noticias o reportajes que hablan en favor de la dictadura y ensalzan el Culto a la Personalidad de los dos sátrapas o, que hacen críticas referencias, con acidez y odio permanente, a los Estados Unidos de Norteamérica y a los países desarrollados del mundo occidental, en general.

¿Qué fallo cometieron los ideólogos del marxismo-castrismo para que Zapata no se convirtiera, con el transcurso del tiempo, en el “Hombre Nuevo”, léase el “Hombre Sumiso y Servil” que la Revolución trató durante décadas, infructuosamente, de crear en la isla?

El yerro de los Castro es haber destruido a Cuba, esclavizado al pueblo cubano, y puesto grilletes a su iniciativa y libertad. La equivocación de ambos dictadores es no querer aceptar que hay personas, como Orlando Zapata Tamayo, o como Guillermo Fariñas, uno de los actuales disidentes en huelga de hambre, que no se resignan a vivir sin libertad ni decoro, ni a permitir que su pueblo agonice y se consuma bajo la opresión, que no están dispuestos a callar y a no luchar contra la infamia y el escarnio de los más elementales derechos del ser humano.

Zapata murió. Probablemente, la dictadura deje también morir, en su vigésima cuarta huelga de alimentos y líquidos, a Fariñas. Le ruego, señor Toledo, que si tal desgracia sucediese, tenga el pudor de no acusar también a Guillermo de terrorista. ¡Si no se atreve a defender la viril y heroica actitud de estos hombres, que desde el fondo de una oscura cueva, pertrechados sólo de sus altruistas ideas, combaten a una poderosa tiranía armada de pistolas, fusiles, cañones y cárceles hasta los dientes, al menos cállese usted!

Orlando, obrero, de piel oscura, sin propiedades, oriental, nacido con la Revolución, descendiente de los negros que fueron arrancados del África y traídos a Cuba como esclavos, por supuesto, que no fue, ni siquiera de pensamiento, señor Toledo, un terrorista, ni un agente de la CIA ni de ninguna potencia extranjera. Fue un hombre que se inmoló por amor a su pueblo. Y los hombres como él merecen el mayor de los respetos.

Zapata Tamayo, con permiso de Willy Toledo, además de un mártir de Cuba, es un mártir de la Humanidad. Porque de grandes hombres es sembrar amor.

Orlando, el albañil-fontanero, disidente y luchador por los Derechos Humanos, desde algún lugar cimero, con la adarga en un brazo y el machete en el otro, ha visto su funeral. Ha visto que su muerte no ha sido en vano. Que la noticia de su fallecimiento ha corrido en Cuba, como la pólvora, de boca en boca, y que la misma ha galopado por el mundo ocupando las primeras páginas de miles de periódicos, de papel y digitales, así como los titulares y comentarios de infinidad de noticieros radiales o televisivos.

Desde la atalaya donde vigilan los mártires, Tamayo, ha divisado que millones de personas, de los cinco continentes, han condenado a la dictadura castrista por el vil asesinato que la misma ha cometido contra su honrosa e insustituible persona. Ha oteado, incluso, que, aunque tímidamente, el presidente de España, José Luis Rodríguez Zapatero, ha pedido al gobierno de Cuba que libere a los presos políticos, y que su Ministro de Exteriores, Miguel Ángel Moratinos, fan de los hermanos Castro, no se ha dignado a decir lo mismo.

Los mártires son omnipresentes, excelentísimo Ministro de Relaciones Exteriores.

Pero lo que más ha enorgullecido a Orlando, y por lo que vive convencido de que su muerte no ha sido en vano, es contemplar, desde su peculiar mirador, que su fallecimiento ha hecho el milagro, nunca logrado en 51 años de existencia de la tiranía castrista, de unir a los cubanos disidentes, del interior y del exterior de la isla, en dos objetivos esenciales y comunes para todos: la libertad de los presos políticos y la libertad de Cuba, las dos grandes pasiones de su vida.

En algún olímpico lugar han salido a su encuentro, para abrazarlo como se abraza a un hijo, próceres excelsos de la historia cubana presididos por José Martí Pérez, Antonio Maceo y Grajales, Máximo Gómez, Carlos Manuel de Céspedes, Ignacio Agramonte, Perucho Figueredo, Leonor Pérez, Mariana Grajales, Gustavo Arcos Bergnes, Mario Chanes de Armas, Pedro Luis Boitel, y, muy probablemente también, por Camilo Cienfuegos.

Una segunda e infinita comitiva que ha salido a su encuentro, la integran Abraham Lincoln, Vercingetorix, Juana de Arcos, el Cid Campeador, Simón Bolívar, Antonio José de Sucre, José de San Martín, Martin Luther King, y el Papa Juan Pablo II, entre otras celebridades de la humanidad. Quizás, igualmente se ha sumado a tan ilustre cortejo, arrepentido y abochornado, Carlos Marx, seguido de cerca por Federico Engels.

¡Zapata ha edificado una obra inmortal!

1 comentario:

pedreiturriaecos dijo...

Sobre la aristocrática invitación yo hubiera ido con lo que tuviera mano (y los 300 dólares aun en el bolsillo). Tenías que dar la nota y presentarte en la untada fachada del lugar con tus vestimentas modestas, sencillas. Alguien preguntaría ¿y quien es ese pobre de dinero, millonario de espíritu y dueño del universo de la vergüenza? Entonces nada sería más importante que tú. Si desafiaste a un régimen como el de nuestra tierra, ¿cómo no desafiar la estupidez de las etiquetas profusas? Mucha suerte, un colega.