miércoles, 22 de julio de 2009

ANDY GARCÍA Y "EL TIRA-RANAS"


Autor: Héctor Peraza Linares

Andy García, el famoso actor de muchos éxitos cinematográficos de Hollywood como El Padrino, film magistralmente dirigido por Francis Ford Coppola y mejor actuado por Marlon Brando, y yo, tenemos tres identidades fundamentales: nacimos en el mismo pueblo: Bejucal, pequeña ciudad situada al sur de La Habana y del río Govea cuyo alámbrico cauce es más caudaloso que el del Obi-Irtish, el Yangtzé, el Mekong y el Yeniséi, los cuatro en el Asia, el Misissippi en norteamérica, el Nilo y el Congo, en el Africa y el Amazonas en Suramérica; somos de baja estatura, y a ambos nos gusta ver buenos partidos de béisbol.

Diferimos en una trilogía de cuestiones sin importancia: por ejemplo, él es famoso en el mundo entero. A mi ya ni me conocen en Quivicán ni en Santiago de las Vegas, pueblos habaneros en los que transcurrió mi niñez, adolescencia y parte de mi juventud y adultez; él, es millonario; yo, creo que tengo en el banco Banesto unos trescientos dólares, a lo sumo; todas las mujeres lo miran con deseo... A mi ninguna me mira ni con ni sin. Si alguna, equivocadamente, lo hace, más sin con que sin sin, en un pestañazo vira la cara hacia otro lado como si hubiese visto un fantasma, un gnomo, un clown o un clónico.

Además, el conocido actor desempeñó en la mencionada película el papel de Padrino de la mafia, mientras que a estas alturas de mi vida aún no tengo ni siquiera un ahijado, y jamás a ninguna pareja le ha apetecido que apadrine su boda, aunque debo reconocer, por gratitud, que Su Alteza Real, Felipe de Borbón, Príncipe de Asturias y la Princesa Leticia, mucho me rogaron para que lo fuera de sus nupcias, conocedores de que por mis venas corre la sangre azul del Conde Peraza, ex señor feudal de la isla La Gomera, en Canarias, y la del marqués de Linares, ex dueño del Palacio de Linares, edificio ubicado en lo más céntrico de la ciudad madrileña.

La aristocrática invitación no la acepté, porque los trescientos dólares no me hubieran alcanzado ni para comprarme un botón del frac que debían portar los invitados a ese tan renombrado, televisado y loado casamiento.

No obstante, el parco y conspicuo capo de la mafia del film El Padrino, y el que esto escribe, tenemos que vivir muy orgullosos de haber nacido en la ciudad a la que llegara el tren, procedente de La Habana, el 19 de noviembre de 1837, primero que a la misma Madre Patria, España, y a Portugal, Grecia y otros países de Europa. En este revolucionario medio de transporte y carga, Bejucal se adelantó a los continentes africano y asiático, China y Japón incluidos, así como a Australia y a Centro y Sur América y el Caribe.

Lo hizo sólo cinco años después de haber sido inauguradas las primeras vías férreas públicas para el transporte de pasajeros y carga, que operaban exclusivamente con locomotora de vapor, es decir, sin tracción animal, la de Liverpool-Manchester en Inglaterra, y la de Charleston, Carolina del Sur, en Estados Unidos.

El hijo de Vito Corleone y Margara King (madre Corleone) y el vástago de mi madre y de mi padre, Migdalia Linares Reyes y Marcelo Peraza Valdés, podemos presumir por el orbe de ser oriundos de una de las primeras villas del planeta por donde circuló por primera vez el Caballo de Hierro, tal y como le llamaban al tren el cacique Caballo Loco y sus decimonónicos indios pieles rojas del oeste norteamericano.

Quien haya venido al mundo en Bejucal, como Andy y menda, no se asombra ni siente envidia por aquellos que viven cerca del Everest ( 8848 metros de altitud, frontera nepalesa-tibetana), del Kangchenjunga ( 8598, frontera Indo-Nepalesa), del Monte Makalu ( 8481, frontera nepalesa-Tibetana), del Annapurna ( 8078, Nepal), del Aconcagua ( 6959, Andes argentinos), el Chimborazo ( 6267, Andes del Ecuador), del Monte McKinley ( 6194, Coordillera de Alaska), del Monte Logan ( 5951, Saint Elías en Canadá), del Cotopaxi (5897, Andes ecuatorianos), del Kilimanjaro ( 5895, Cumbre de Tanzania), del Elbrús (5642, Cáucaso en Rusia), el Popocatépetl ( 5482, Altiplanicie de Méjico), del Iztaccihuatl ( 5386, Altiplanicie de Méjico), del Monte Kenia ( 5199, Kenia Central), del Ararat (5122, meseta oriental de Turquía), del Mont Blanc ( 4807, Alpes de la frontera Ítalo-franco-Suiza), del Cervino ( 4478, Alpes de la frontera Ítalo-Suiza), del Monte Rainier ( 4392, Coordillera de las Cascadas en Washington), del Monte Shasta (4317, Coordillera de las Cascadas en California), del Mauna Kea ( 4205, isla de Hawai), del Jungfrau ( 4158, Alpes suizos), del Fuji Yama ( 3776, isla de Honshú, Japón), del Teide (3718, islas Canarias, España), Mulhacén ( 3481, Sierra Nevada, España) o, incluso, tampoco siente envidia por quienes residen próximos al Pico Turquino ( 1974, Cuenca de Guantánamo, Cuba), pues Bejucal cuenta con sus inaccesibles y vírgenes Lomas del Caguazo ( 9000 centímetros de altitud, lomas que pertenecen al gran Peniplano Occidental de Cuba), cumbres que no llegaron a alcanzar ni siquiera el neozelandés Edmund Hillary (pariente, al parecer, de la actual secretaria de Estado de los E:U.A.) y el guía nepalés Tenzing Norkay, miembros de una expedición inglesa, quienes tuvieron la gloria de ser los primeros seres humanos en ascender hasta la cima del Everest el 29 de mayo de 1953.

Ellos nunca se atrevieron a enfrentarse al desafío de las elevadísimas y renombradísimas cumbres bejucaleñas. Hillary fue nombrado Sir y al jefe de la expedición, el coronel Hunt, se le nombró Barón; sin embargo, ni al padrino de El Padrino ni a mi nunca nos han dado ningún título nobiliario por haber subido, de la mano de nuestros padres, abuelos o tíos, cuando apenas teníamos tres o cuatro años de edad, las inexpugnables e inmarcesibles elevaciones del pueblo que fuera pionero en la era del ferrocarril. Esa reivindicación Andy y yo esperamos que Guillermo Cabrera Infante, desde su trono en el Olimpo literario, la eleve, haga ascender o trepar, como trepan los desmochadores cubanos a las palmas reales, a los Loros de la Cámara británica.

Tanto a Andy como a mi nos enorgullece de igual manera el haber venido al mundo en la Ciudad de las Charangas. ¿Qué son las tales charangas? ¿Acaso tienen algún parecido con los carnavales de Río de Janeiro en Brasil, los de Santiago de Cuba, los de Islas Canarias, las Fallas de Valencia o las Fiestas de San Isidro en España, el Festival Internacional de Cine de Cannes en Francia, los premios Oscar en Estados Unidos, los bembés de los santeros de Guanabacoa en La Habana o con los areítos de los extinguidos indo-cubanos? ¡Claro que no! Las charangas que vimos Andy y yo de la mano de nuestros padres, abuelos, tíos o tías, son unas festividades fuera de serie, sui géneris, únicas en el planeta tierra.

Consisten en dos carrozas, la del bando azul y la del bando rojo, que la primera noche de dichas fiestas salen cada una por un extremo de la ciudad, compitiendo entre sí en ornamentación, originalidad, colorido, música y en la destreza en el baile y belleza de sus correspondientes mujeres danzarinas.

Las dos carrozas son seguidas, al compás de sus congas, por miles de sus respectivos simpatizantes, que arrollan bailando por las calles bejucaleñas mientras avanzan hacia el parque.

Una vez que arriban a ese lugar, las orquestas que acompañan a una y otra pieza lanzan al aire sus enloquecedoras notas musicales. Surgen fuegos artificiales. Los tambores, trompetas, guayos, clarinetes, timbales, maracas, bajos, claves y hasta alguna que otra lata y las voces de los cantantes atronan sin cesar. El público se mueve con frenesí. Las mujeres, poseídas a la vez por Apolo, el Dios de la música y por los orishas del culto yoruba cubano, extasiadas, delirantes, mueven a quinientas revoluciones por minuto sus sensuales, rítmicas y eróticas caderas. Los hombres las cortejan con sus provocativos bailes.

Al cabo de un par de horas, cuando más caldeados están los ánimos de los fanáticos de los dos bandos, unos quizás cantando: “Estaba la langosta en su salsa, mamá. Estaba tan salá ¡y me la tuve que jamá!”; y los otros: “Debajo de la cama está el majá. ¡Cuidao que te pica y que se va!”, de una y otra carroza comienzan a salir las esperadas “sorpresas”, que constituyen el paroxismo de la festividad: del interior de uno y otro carruaje, en medio de la noche iluminada de mil colores por los fuegos artificiales y los voladores, frente a la iglesia del pueblo, se van elevando hacia el cielo plataformas en las que aparecen, bailando a descoyuntarse, divas envueltas en humo y pirotecnia, rodeadas de adornos y alegorías de diferentes diseños.

Entonces es cuando se arma una verdadera locura entre el gentío y los gritos e instrumentos musicales incitan a los partidarios de uno y otro grupo a bailar y cantar, aún con más fervor, y a pedir que sea su carroza la ganadora de esas charangas, festividad que sólo tiene lugar una vez por año.

Seguro estoy que los recuerdos de Andy de las charangas de Bejucal mucho influyeron en la negativa de Don Vito Corleone a la solicitud que le hicieron las bandas mafiosas del Nueva York de las décadas del 40 y del 50, para que les permitiera vender drogas en su territorio. Su hijo lo convenció de que para divertirse no hacen falta las drogas.

- Y la prueba la tienes en La Ciudad de las Charangas - le dijo Andy a Don Vito.

Después de su triunfal ascensión a las Lomas del Caguazo, Andy partió rumbo a Estados Unidos. No es extraño que quien a tan corta edad haya logrado la hazana no alcanzada ni por Hillary ni por Norkay, con el tiempo llegara a cosechar los extraordinarios éxitos que avalan su trayectoria cinematográfica. Él ha conquistado las cumbres de Hollywood. Con sus películas, su extraordinaria calidad como actor y sus bien ganados millones de dólares, él está en el estrellato de los famosos del celuloide.

A idéntica edad a mi me tocó ir a parar al Güiro Boñigal, caserío del municipio de Quivicán donde vivían, en una pequeña finca, mis abuelos maternos, Natividad Reyes, de carácter jaranero y siempre sonriente y Manuel Linares, y dos de sus hijos, Reno y Neno.

Vivíamos en un bohío de techo de guano y piso de tierra. Mis tíos y yo dormíamos en hamacas hechas con sacos de yute, de los que se usaban en los centrales azucareros para envasar el azúcar prieta. Ellos le tenían pánico a las ranas. Estos batracios se escondían entre los horcones, las vigas, los cujes y las yaguas de madera que sostenían la choza y, todas las noches, antes de acostarnos, me levantaban en vilo para que yo atrapara las ranas y las tirara fuera de la casa.

Es decir, que en los mismos momentos en que Andy daba sus primeros pasos como actor, yo los daba como tira-ranas. En eso no me cabe la más mínima duda de que lo supero con creces y estoy dispuesto a ir a Hollywood, si alguien lo duda, para demostrarlo.

La diferencia es que mientras él subía al estrellato sin ayuda de nadie, a mi me subían a la cima de los horcones, las vigas, los cujes y las yaguas del bohío, rozando con mi cabeza las pencas de guano de palma real que servían de techo a nuestra morada, sin moros ni moras, pues éstos y éstas vivían en Quivicán procedentes de Libia, el Líbano, Siria y otros países árabes.

En honor a la verdad histórica, el Güiro Boñigal nunca tuvo la positiva afluencia migratoria que hoy tienen España, Alemania, Francia, Inglaterra, Italia, Suecia, Suiza, Canadá, Australia o Estados Unidos y que, en sus buenos tiempos a. de C. (antes de Castro), tuviera Quivicán.

En los Estados Unidos, Andy, desde su llegada, tuvo la oportunidad de montar distintos automóviles marca Ford, Crysler, Plymouth y quien sabe si algún Mercedes Benz. Hoy en día dispone de los mejores coches del mundo para su uso particular y el de su familia. Manuel, mi abuelo, tenía una yunta de bueyes. Los días en que le pasaba la grada a algún terreno preparándolo para una próxima siembra, me llevaba con él y me sentaba encima de la grada y, a veces, me daba las guías para que fuese yo quien condujera a la pareja de bueyes.

En eso también estoy muy por encima del colosal actor.

Andy nunca ha sentido el placer de viajar por un terreno en preparación, al mando de Granodeoro y Tumbasiete, por ejemplo, tirando de la guía derecha para que Granodeoro se inclinara en su andar hacia ese lado, o de la izquierda para que Tumbasiete hiciera lo mismo del lado suyo, ordenándoles que se detuvieran.

Conducir un automóvil por las calles de Miami, Washington, Chicago, California, Texas, Baltimore o New York, es muy fácil si se conocen a la perfección las leyes del tránsito, que son universales; pero guiar a una yunta de bueyes, sentado encima de una grada a la edad de tres o cuatro años, por una tierra de altos y bajos, piedras, huecos, hierbas y gallinas y gallos que se crucen al paso, es algo que necesita de arte, de don de mando, de saber conducir a dos bestias que marchan enyugados, pero que a cada momento hay que estarles llamando la atención, regañándoles por sus respectivos nombres y exigiéndoles que caminen por donde deben, no por donde a ellos les venga en gana, que es lo que en todo momento tienden a hacer.

No sé si peco de optimista, más creo que hay una enorme diferencia entre Granodeoro y Tumbasiete, por una parte, y un Ford y un Mercedes Benz, por la otra.

Si Andy y yo conversáramos un día, la conversación sería la siguiente:

Andy: - Hola güiroboñigalero

Yo: - Hola caguazalero.

Andy: - Un momento que tú también eres caguazalero.

Yo: - A mucha honra.

Andy: - A mucha honra yo también que los corleones defendemos a muerte nuestras raíces.

Yo: - En ese sentido los peraciones no somos menos que ustedes.

Andy: - A ver si es verdad. ¿Cuántos muertos tienes tú?

Yo: - Bueno, según El Chino tengo como doscientos.

Andy: - ¿Quién es ese chino que no se le conoce ni en la mafia de Chicago ni en la de Brooklin?

Yo: - El Chino es un espiritista de San Antonio de las Vegas.

Andy: - ¿De las Vegas, dices? Allí los corleones conocemos hasta al gato.

Yo: - No, yo te digo de San Antonio de las Vegas, un pequeño pueblucho que hay cerca de Guara, Batabanó y Quivicán.

Andy: - ¿Quieres cumplir una misión y, si lo haces, pasar a ser un miembro más de mi prestigiosa familia?

Yo: - Si no es muy difícil.

Andy: - Es muy sencilla. Se trata de que mandes al otro mundo al marido de mi hermana. Ya me tiene hasta los huevos con eso de estar dándole golpes a la pobre muchacha que, entre nosotros, te lo digo en confianza, es una mazoquista de primera.

Yo: - ¿Al otro mundo dices?

Andy: - Exacto.

Yo: - Pues me es absolutamente imposible.

Andy: - ¿Por qué? ¿Estás apendejao?

Yo: - No, no es eso. Es que ahora vivo en España y aquí sólo hay un mundo y no lo puedo mandar a otro.

Andy: -¿Qué quieres decirme con eso?

Yo: - Pues asere que en España El Mundo es un periódico, pero ningún otro diario se llama así. Los demás se nombran El País, La Razón, El ABC, La Vanguardia y muchos más.

Andy: - No me has comprendido. Lo que te encomiendo es que le des guiso.

Yo: - ¡Ojalá supiera yo hacer guiso!

Andy: - ¿Acaso no me expresaste que según El Chino tienes doscientos muertos? ¿Qué te da uno más?

Yo: - Imagínate lo feliz que viviera en España si conociera cómo se hace un guiso. Tampoco sé hacer ajiaco ni congrí ni frijóles negros ni ropa vieja ni sopa de pollo ni boniatillo ni dulce de coco. Como cocinero soy un desastre. ¿Comprendes? ¡Cuánto daría porque en Madrid vendieran guarapo, tamales y tortillas de maíz dulces o saladas! ¡Y cuánto porque aquí hubieran aguacates, mameyes, guayabas, guanábanas, marañones, mangos filipinos, mangas amarillas y blancas, mangos criollos, caimitos, canisteles, plátanos manzanos, malangas y maíz cubano!

Andy: -Oye güiroboñigalero lo que necesito es que afeites a ese tipo, que le pases la navaja y ¡Zas!

Yo: - ¿Qué lo afeite? ¿Qué le pase la navaja? A mi, cuando niño, en Quivicán me pelaban, al rape, Alfredo “El Sordo”, Sergio, Secundino, Güigüara o Chicho el barbero. Yo nunca he sido fígaro, y ahora, en España, quien me peló una vez fue El Barbero de Sevilla el día que asistí a Las Bodas de Fígaro, invitado por Pierre Agustín de Beaumarchais. Además, soy lampiño y nunca he tenido que afeitarme.

Andy: - Bueno, piensa lo que te he ofrecido y si estás dispuesto a ejecutar la tarea que te he encomendado, ven que te daré una cuarenticinco para que rompas a ese hijoeputa.

Yo: - Si la cosa es de romper, mejor encárgame, por ejemplo, que rompa un vaso de cristal. Eso sí que sé hacerlo perfectamente. Que no te quepa dudas.

Andy: - ¿Cómo lo harías? ¿Lo dejarías caer desde el piso 102 del Empire State Building de Nueva York?

Yo: ¿Desde tan alto para qué? Lo único que tengo que hacer, para romperlo, es cogerlo en mis manos y dejar que caiga al suelo, y punto. Se hará mil pedazos.

Andy: - Bueno, cómo y donde lo hagas es asunto tuyo. Así que ¡manos a la obra! No olvides que si cumples bien tu cometido, sin dejar huellas ni rastro alguno, pronto entrarás a formar parte de la architemida y todopoderosa familia Corleone. Se lo diré a Michael y a Sonny.

Yo: - Dalo por hecho. Con permiso, me regreso al Güiro Boñigal.

Andy: - Yo, a Hollywood.

Yo: - Con su venia, padrino. Me marcho.

Andy: - No te anticipes, que aún no has entrado en nuestra mafia. ¡Vivan los corleones!

Yo: - ¡Vivan los peraciones y los linariones!

Andy: - ¡Adios guiroboñigalero!

Yo: -¡Adios caguazalero!

La conversación terminaría, Andy subiéndose a su Mercedes Benz, y yo entrando al metro de Madrid, ciudad en la que hace doce años me encuentro exiliado, para viajar en el tiempo hacia el Güiro Boñigal.

Llego de madrugada a la casa de mis abuelos y me encuentro a mis tíos, Reno y Neno, sentados fuera del bohío. Llevaban décadas (desde a. de C.) esperándome para que les atrapara y expulsara de la casa a tres o cuatro ranas que, desde mi partida para encontrarme con Andy, no los dejaban acostarse en las hamacas. Abuela Natividad, como siempre, reía. Abuelo Manuel, fatigado por el duro bregar con Granodeoro y Tumbasiete, dormía a pierna suelta.

Debo dejar constancia que en mi camino de regreso me encontré con Hillary (no con la mujer de Clinton) y Norkay, quienes me aseguraron que sus espíritus están entrenándose día y noche, en el Más Allá, para un día de estos bajar al Más Acá y cumplir el reto que les quedó pendiente en la Tierra: la conquista de Las Lomas del Caguazo,

“Y de paso - me dijo Norkay – disfrutar, a. de C., de las charangas de Bejucal, y de sus quinientas revoluciones por minuto…”.

6 comentarios:

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