lunes, 30 de julio de 2007

SATIRA


LA INVASIÓN DE LOS YANQUIS

Autor: Héctor Peraza Linares.






Obra en dos actos

ACTO 1




Escena 1

Personajes:

Capitán Chicho Pan de Gloria – marido de Marita.

Marita – mujer del capitán Chicho Pan de Gloria.

Montones de sacos de huesos hijos de Pan de Gloria y Marita.

General West Point – General del ejército de Estados Unidos de América.

Operadora de teléfono.


(La escena tiene lugar en un apartamento situado en un viejo edificio de la Habana Vieja, en la calle Muralla número 34. Un cuarto con una barbacoa (entresuelos) en la que tienen su habitación los recién casados, Marita y el capitán Chicho. En la vivienda también residen 8 hermanas y 6 hermanos de Marita; 8 hermanos y 6 hermanas de Chicho; los padres, abuelos, bisabuelos, tatarabuelos, retatarabuelos, requetatarabuelos y contrarrequetatarabuelos de la pareja; diez tíos de Marita y diez tías de Chicho; un chino de la calle Zanja llamado Cachi Chien y un gallego (llegado a Cuba, proveniente de Galicia, en 1516) a quien apodan Botijo. Todos están muy felices por la boda, que acaba de celebrarse en el Palacio de los Matrimonios de la calle Aguacate. La felicidad llega al paroxismo cuando uno de los tíos de Marita y una de las tías de Chicho, se arrancan sendas piernas, con tobillo, rodilla y juanetes adjuntos, como los archivos de los emails, y las ponen a azar en púa. Un exquisito olor a carne asada comienza a inundar el apartamento. La bella recién casada, oriunda del reinado de Pogolote, sentada en un taburete, acaricia el cabezón de un niño, flaco y, más que flaco, huesudo, que acaba de parir).

Marita - ¡Soy la mujer más feliz del mundo! Hace un par de horas que me casé con Chicho, mi capitancito como yo le digo, y ya Dios, oyendo nuestros deseos, nos ha concedido un hijo para que, cuando mi marido se vaya a combatir a los yanquis, poderme despedir de él levantando, con un dedo, este pequeño saco de hueso, más que carne de su carne, hueso de sus huesos. ¡Qué alegría le dará a mi capitancito cuando venga de la guerra y lo vea! Es más, pensándolo bien, le pediré otro hijo a Dios. (Dios se lo concede de inmediato). ¡ Sólo hace tres horas de mi matrimonio y ya tenemos dos hijos. ¡Somos los seres más felices del mundo! Le pediré más niños a Dios para que cuando venga mi chichito, que así también llamo al dueño de mi corazón, sean quince o veinte nuestros hijos. De esa forma, alimentándolos a todos con cerelac y azúcar turbia, podré, en unión de mis hijos, darle a mi marido la despedida que se merece.

(Dos horas después la bella pogoloteña ha logrado traer al mundo otros noventa sacos de huesos que pone, en formación militar, encima de la cama que ella y Chicho comparten en la barbacoa).

Capitán Chicho Pan de Gloria – (entra en la barbacoa con el rostro muy triste) Mi cielo, hoy no puedo quedarme a comer con tu familia y la mía la pata de mi tía y la de tu tío porque tengo que partir, urgentemente, a la guerra. ¡Dentro de unos minutos desembarcarán los gringos! ¡Ya es hora de que lo hagan!

Marita – (dejando rodar una lágrima por uno de sus ojos; el otro ojo lo tiene guardado en un baúl para estrenarlo cuando termine la guerra). ¡Qué lástima! Lo rica que están quedando la pierna de mi tío y la de tu tía. ¿Y por dónde desembarcarán los americanos, amol mío?

Capitán Chicho Pan de Gloria – (encogiéndose de hombros) No lo sé. Creo que por la costa, pero no estoy muy seguro. El comentario que hay entre los vendedores de periódicos y timbiricheros es que lo harán por el parque La Fraternidad, frente al Capitolio Nacional.

Marita - ¿Y tú y tu tropa van a ir en el camello?

Capitán Chicho Pan de Gloria – No. No hay ninguna ruta de camello que llegue hasta el frente de combate. Iremos en bicitaxis artillados con cañones de quinientos milímetros, ametralladoras pepechá, bazookas, lanzallamas y cohetes antiaéreos. ¿Vas a mostrarme algunos de los sacos de huesos para despedirme?

Marita – (mostrándoselos) Sí. Aquí tengo 87. Hay cinco que les di demasiado agua con azúcar y murieron reventados. ¿Te gustan?

Capitán Chicho Pan de Gloria – (trepado en el asiento de un bicitaxi que marcha, las armas desenfundadas, a toda carrera) Un poco. Parecen esqueletos. Chao.

(Chicho abandona su casa y se une a un numeroso grupo de soldados que, al ritmo de unos tambores y varias trompetas, cada uno portando una botella de chispetrén en las manos, marchan, a paso de conga, cantando y bailando):

Vienen los americanos

y nos vienen a atacar,

aé,

aé,

aé la chambelona.

¡Los vamos a machacar

con la pepechá en las manos!

Aé,

aé,

aé la chambelona:


Yo no tengo la culpita,

ni tampoco la culpona.

Aé,

aé,

aé la chambelona.

(Marita soltó a los 87 sacos de huesos que, sin zapatos y con un hambre atroz, chupándose cada uno la tripa que le salía por el ombligo, junto a los hijos de las mujeres del resto de los soldados y oficiales, le fueron quitando los fusiles a sus padres para, a continuación, disparar a diestro y siniestro mientras bailaban y cantaban, imitando a sus papás):

Pionero soy,

pionero soy,

de corazón

de corazón.

Pionero soy de corazón,

y atacaré con ilusión.

¡Y mataré!

Ta-ta-ta-tá.

¡Y mataré!

Ta-ta-ta-tá.

Sin compasión.

¡Con las botas de los muertos

me haré un cinturón!

¡Ta-ta-ta-tá!

(Las mujeres, las más jóvenes, que eran mayoría, sin hijos ni maridos que atender, se vistieron con minifaldas enseñando el ombligo y todo lo enseñable, y se marcharon hacia los alrededores de los hoteles a ligar algún gringo u otro extranjero que las sacara del país. Marita se tuvo que quedar en la barbacoa porque, minutos después de la partida de Chicho, le dio por parir y parió otros doscientos chichitos y chichitas. En su cama de parturienta mordía, masticaba y tragaba los gemelos de la pierna de su tío y los ligamentos del tobillo de la pierna de la tía de su marido).





Acto 2

Escena 1

(Trincheras en los jardines del parque La Fraternidad y en los aledaños del Capitolio Nacional. El capitán Chicho Pan de Gloria mueve la manivela de un teléfono soviético de la Segunda Guerra Mundial)

Capitán Chicho Pan de Gloria – Operadora, ¡póngame con los gringos!

Operadora – Enseguida, jefe. ¡Ya está!

Capitán Chicho Pan de Gloria - ¡Aquí el capitán Chicho Pan de Gloria, jefe de la primera escuadra, del segundo pelotón, de la tercera compañía, del cuarto batallón, de la quinta brigada, del noveno cuerpo de ejército, del décimo ejército de las Fuerzas Armadas Revolucionarias Cubanas que dirige el vencedor de Waterloo, Trafalgar y la Batalla de las Termópilas, nuestro invencible, infalible, inaccesible, incomprensible, abatible, fusible, terrible, combustible, punible e ininteligible Comandante en Jefe. ¿Quién es el enemigo con el que tengo el gusto de hablar?

General West Point - ¡Soy el General West Point! ¿De dónde me habla?

Capitán Chicho Pan de Gloria – Le hablo desde un bicitaxi de guerra que tengo emplazado en el parque La Fraternidad, en La Habana.

General West Point - ¡Ah! ¡Wonderful! ¡La Habana es muy bonita!

Capitán Chicho Pan de Gloria - ¿Dónde se encuentra usted?

General West Point – En un portaviones, en el Golfo Pérsico.

Capitán Chicho Pan de Gloria – General, no es que yo sea chismoso o que me guste la prensa del corazón o los paparachis, pero le agradecería me dijera por dónde piensan llevar a cabo el desembarco que hace 48 años preparan contra nuestra Revolución. ¿Sería tan amable de decírmelo? Le prometo que lo que me diga será un secreto de guerra. Sólo, si me lo permite, se lo mandaré a decir a mi mujer Marita que, como un antojo de su permanente estado de gestación, tiene interés en saber por dónde será el desembarco. Es un problema de desembarcos: ella desembarca niños y ustedes desembarcan tropas. Yo sé que es una tontería ese asunto, General. Pero, comprenderá que a los maridos nos gusta, de vez en cuando, complacer los caprichos de nuestras esposas. Marita y yo tenemos cerca de trescientos hijos, General.

General West Point – (con voz de asombro) ¿Qué me dice? ¡¿Tiene usted cerca de trescientos hijos?!

Capitán Chicho Pan de Gloria – Para ser exacto, mi General, doscientos ochenta y siete porque cinco murieron reventados de tanta agua con azúcar prieta que les dio la madre. ¿Y usted cuántos hijos tiene?

General West Point – (entre lágrimas) Capitán, no vaya a decir por ahí que me ha oído llorar. Me podría costar el cargo de Jefe de las Tropas de la OTAN en el Medio Oriente. ¡No tengo hijos! Mi mujer, que se llama Mary, es estéril. ¿Podría usted regalarme, al menos, cien o ciento veinte niños de los suyos para llevárselos a mi esposa? ¡No sabe lo contenta que ella se pondrá! ¡Tiene unas ganas de tener niños!

Capitán Chicho Pan de Gloria – (mirando su reloj Poljot) Mi General, disculpe que cuelgue por unos minutos, pero a esta hora tengo que hacer con mis hombres un entrenamiento. Tan pronto termine las prácticas vuelvo a comunicarme con usted. Ha sido un placer conocerle.

General West Point – (sacudiéndose la nariz, entre sollozos) El placer ha sido mío. No se demore, capitán. Necesito saber su respuesta a mi pregunta. Es muy importante para mi matrimonio lo que me diga.

Capitán Chicho Pan de Gloria – (grita a sus soldados: ¡Al ataque combatientes!, y se despide del General) Para mi matrimonio también es muy importante la respuesta que usted me dé a la pregunta que le hice. Corto y cambio.

General West Point – Corto y cambio.

(El General cambia un billete de mil dólares con el fin de enviarle quinientos al capitán Chicho Pan de Gloria para que compre, en las shoppings de la isla, ropa, zapatos y compotas para los 287 niños)

(De las trincheras situadas frente al Capitolio Nacional salen, a bayoneta calzada, los soldados del capitán Chicho Pan de Gloria. Gritan como los ejércitos rusos: ¡Burra! El capitán se baja del bicitaxi artillado y se trepa en una burra rusa que lo conduce al frente de las tropas. Sus hombres de Panfilov la emprenden a bayonetazos con cuanto latón de basura, bicicleta, chivichana, chiva, vaca, caballo (con carro o sin él), banco de parque, árbol o camello encuentran en su arrollador avance militar. Un explorador le comunica al capitán que ha oído ruido en el agua).

Capitán Chicho Pan de Gloria – (el informe del explorador le llena de súbita felicidad) ¡Eso es! ¡Llegaron los yanquis! ¡Qué felicidad! ¡Al fin! ¡Se acabó la espera de cuarenta y ocho años! ¡El desembarco es por el malecón! ¡Con todas las armas hagan fuego cerrado hacia el norte, mis combatientes!

(Los cañones de quinientos milímetros, las ametralladoras pepechá, las bazookas, los lanzallamas y los cohetes antiaéreos de los bicitaxis disparan sin cesar. Las balas trazadoras de las cuatro bocas y los AK, tiñen de rojo el cielo de La Habana. Media hora dura el intenso fuego. Pasado ese tiempo, el mismo explorador se pone de nuevo en contacto con Chicho Pan de Gloria. Le comunica que los hombres de su pelotón han logrado descubrir, a riesgo de sus vidas, bajo el intenso tiroteo y bombardeo de los bicitaxis artillados, que el ruido en el agua lo había producido un soldado al lavarse las patas en una palangana, herencia que le había dejado uno de sus tíos descendiente de Martín Pinzón. El invicto capitán, visiblemente contrariado, da la orden de ¡alto el fuego! Callan los cañones, ametralladoras, lanzallamas, bazookas, cohetes antiaéreos, fusiles y demás armamentos).

Capitán Chicho Pan de Gloria – (llevándose las manos a la cabeza, a punto de volverse loco y gritando a todo pecho) ¡Coño! ¡Cuándo nos van a atacar los yanquis! ¡Llevo 48 años movilizándome siete veces por semana, siempre para esperar y rechazar el desembarco de los americanos! ¿Dónde están los gringos? ¿Dónde están? ¿Son fantasmas? ¿Nos tienen miedo? ¿Por qué no nos atacan? ¡Esto no hay quien lo resista! ¡No aguanto más! ¡O los americanos nos atacan de una vez por todas, o me voy en una balsa pa los Estados Unidos con todos mis soldados, Marita, nuestros familiares y mis doscientos ochenta y siete sacos de huesos!

Operadora - ¡Capitán! ¡Capitán! Lo llaman por el teléfono de campaña. ¡Es urgente!

(El General West Point le consiguió visa para Estados Unidos a Chicho, sus soldados, la operadora, Marita, los 287 sacos de huesos, y al resto de los familiares que vivían en la barbacoa de la calle Muralla número 34, incluido el chino Cachi Chién, el gallego Botijo y los huesos de las respectivas patas del tío de Marita y de la tía del capitán. Ya en Estados Unidos, el ex oficial de las Fuerzas Armadas Revolucionarias Cubanas, Chicho Pan de Gloria, le regaló 120 sacos de huesos al General West Point y a Mrs. Mary West Point).

Ex capitán Chicho Pan de Gloria – (tomándose la Coca-Cola del olvido) Mi General, dígame, please, please, please... ¡¿Cuándo, por fin, invadirá a Cuba el ejército de Estados Unidos?!

General West Point – (haciendo los gestos de un pitcher que lanza una imaginaria pelota de béisbol a un imaginario catcher) Al día siguiente del fin del mundo...

(Los sacos de huesos se convirtieron en bolas de manteca con ciudadanía norteamericana).

Fin de la obra



Autor: Héctor Peraza Linares
hector.peraza.linares@hotmail.com
























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