viernes, 21 de septiembre de 2007

SATIRA

CUENTO PARA DORMIR A MI FUTURO NIETO
Por: Héctor Peraza Linares.

“Y las ranas luchaban con el mundo,
. una a una,
dos a dos
y tres a tres.
¡Oh duro marfil de carnes invisibles!
¡Oh golfo sin hormigas del amanecer!
Con el muuu de las ranas,
con el ay de las damas,
con el croo de las ranas
y el gloo amarillo de la miel”.


Federico García Lorca “Vals en las ramas”.







- Abuelito, dime un cuento para quedarme dormido.

- ¿Cuál deseas que te cuente?

- El de la ranita que hace: croaccc croaccc croacccc (1)

- ¿Quieres que te haga el de los abejorros que construyen nidos de barro dentro de las celdas tapiadas: úúúúúúúúúúú ...óóóóóóóóóó...úúúúú... óóó... úúúóó?

- No. Esta noche, no.

- ¿La gallina y los pollitos: cloocc pío pío cloocc clooc pío pío clocc pío pío?

- Tampoco, abuelito.

- ¿El pitirre, al salir por la mañana y al volver por la tarde: pitiiiiiirreee pitiiiiiiirreee pitiiiiiiiirreeee?

- No, abuelito, no.

- ¿El caballo, supongo cuando el dueño le echa maloja, cogollos de caña de azúcar o hierba de pangola en el potrero: iiiiiiiiiiiiiiiijijijijijij iiiiiiiiijiijijijijjjijiiiijiij?

- No, no, no, no, no, no y no.

- ¿El toro, sospecho que al ver pasar cerca de él a las vacas que algún campesino lleva a ordeñar: múúúúúúúúúúúúúúúúú... múúúúúúúúúúúúúúúúúúúm?

- No.

- ¿El de las hormigas, silenciosas e incansables, que una tarde, mientras estoy en el cuarto de los interrogatorios, se aprovechan para cubrir, como si fuesen una sábana negra en movimiento, la bandeja con la escasa comida que sobre la litera me ha dejado el conduce?

- Qué no, abuelito. Qué no. Quiero que me hagas el que siempre te pido me cuentes y nunca me cuentas.

- ¿Cuál?

- Ya te lo dije, abuelito. ¡El de la ranita que hace: croaccc croaccc croacccc!

- ¿Te repito el de los perros lobos y los mosquitos: aaaaaúúúúúúúúúúú aaaaaúúúúuúúúúúúúúúuúúúú éééééééééééééééééééééééééééééééééééééééééééééééééé?

- Abuelito, no. Ése no, porque estaría veinticinco días y noches sin dormir.

Reflexiono:

“La culpa la tiene el hambre que pasé en las tapiadas”.

- ¿Y si te hago el de la cabra, el guanajo y el burro: beeeeeeee beeeeeeeeeeeeee guruguruguruguruguruuuu guruguruguruuuu aaaajaacccc aaaajaaaccc aaaajaaaaccc?

El niño mueve la cabeza en señal de negación.

Recuerdo el soleador:

- ¡Ya sé! Te haré el cuento de las carroñeras y mudas auras tiñosas.

Me responde que no con el dedo índice de su mano derecha.

Vienen a mi memoria, de golpe, las siete tapiadas en las que estuve preso en Cuba, en el verano de 1997.

- ¿Prefieres oír de nuevo el de los gorriones que, día tras día, escucho piar en los atardeceres y en cada amanecer: pipipipipipipipipi pipipipi pipipipipipi pipipipipipipi?

Realiza el mismo mohín anterior, y repite:

- El de la ranita. El de la ranita. El de la ranita.

- ¿La cucaracha, que logro abandone la celda induciéndola a salir por debajo de la gruesa puerta de hierro que sella, herméticamente, la tapiada?

- Tampoco.

¿La rata, a la que una noche tiran una lata los oficiales de turno y que, probablemente, es la misma lata que lanzan: ¡TRANNN!... ¡TLAMMM!... ¡TRANNNPANTLINTLANN!... ¡PLANNCAMMM!... ¡TRANNPLINNPAN!..., por el suelo del pasillo, en las madrugadas, para que los presos nos despertemos sobresaltados, haya o no haya rata?

- No, abuelito. No.

- De acuerdo. Voy a contarte el de los gallos: quiquiiiriquiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii... cocorrrocóóóóóóóóóóó. Este último canta de esa forma por ser afrancesado – le aclaro.

Bosteza y, en medio del bostezo, deja escapar un largo no.

Retorno al soleador, lugar donde veo el sol, durante 15 minutos, cada ocho días:

- Te haré el más bonito de todos.

- ¿Cuál, abuelito?

- ¡El de las mariposas que, al aletear por encima del soleador, pueden provocar un tifón cerca de la muralla China, o un ciclón que pase por Batabanó, Quivicán y Bejucal, al sur de La Habana, como el que cruzó por esos pueblos en 1944!

- Ése me gusta mucho, abuelito, ¡pero hoy quiero el de la ranita!

Pienso:

- ¡Qué nieto más terco tengo!

Le miro el rostro y percibo que él piensa lo mismo acerca de mí.

Me agarro a las gruesas y cruzadas barras de hierro del soleador, situadas a cincuenta centímetros por encima de mi cabeza, y miro al cielo.

- Mijito, quiero contarte el de las palomas rabiches: ruoor-ruoor-ruoor-rur...; los tomeguines del pinar: chirichichiri titiriririr chíchchíí; y, en especial, el de los sinsontes que, posados en las ramas de guásimas, guayacanes, cedros o almácicos o, desde el racimo de palmiche de una palma real, imitan el canto de todas las aves cubanas.

El pequeño ladea, con lentitud, la cabeza a uno y otro lado de la almohada.

Sigo, mientras tanto, en el soleador, ese divino espacio rectangular de cuatro por seis metros que, como si fuera el fondo de un profundo pozo, me ofrece durante un cuarto de hora, tres o cuatro veces al mes, la posibilidad de ver el precioso cielo cubano.

- ¿El de las abejas, las avispas, las arañas o el de los grillos que, con sus monótonos y estridentes chirridos: crriccc-crriiiicc-criiiiiiiccc-crriiiiiiiiic..., no dejan dormir, por tenerle fobia a esos insectos, al preso que comparte conmigo la tapiada?

Me miro el rostro en el permanente charco de agua lluvia que hay en medio del soleador, tal y como se miraban sus caras los indios taínos en las aguas del río Toa, los Siboneyes en el Agabama, o los Guanajatabeyes en el Cuyaguateje.

Saco la lengua para que el sol entre en mi boca hasta la garganta. Hago varias planchas y cuclillas. Me cuelgo de los barrotes para estirarme. Salto en el mismo sitio varias veces. Bailo una suiza imaginaria. Tiro golpes al aire como si boxeara con un contrario invisible. Siempre con la vista clavada en el cielo, en las pasajeras y libérrimas nubes. Envidio a las aves que vuelan, fugazmente, por encima de mi cabeza, y lamento desconocer la heteromancia.

Acaricio, con la yema de mis dedos, la planta que crece fuera del soleador, uno de cuyos tallos se enreda, con sus verdes, pequeñas y tiernas hojas, en las abultadas barras de hierro que fungen de rejas y de claustrofóbico mirador. Disfruto el aire puro. Respiro hondo, muy hondo.

Doy sol a mis testículos.

Trato de captar cualquier sonido que produzcan las aves, los animales que no puedo ver, así como la voz de los jóvenes reclutas del Servicio Militar Obligatorio que muy cerca de allí tienen la barraca. Ellos se cuentan los ligues del último pase y cómo hacen el amor esas muchachas. Sonrío: en mi juventud también fui cadete (en la base aérea de San Julián) y soldado-fundador de las Tropas Coheteriles Antiaéreas.

Siento el sol entrar por mis poros. Mi piel lo almacena, entre la epidermis y la dermis, para que sus saludables rayos me duren hasta que el indio (2) y yo nos volvamos a encontrar.

El sol no nace para todos: está a punto de entrar el conduce. Dentro de unos minutos, otras más de ciento noventa horas en la humedad, falta de aire puro, incertidumbre, intriga, absoluto aislamiento y permanente zozobra de la tapiada.

- Eeeel deeee laaaaa raaaniiiiitaaaaaa... aaaaabueeeeliiiiiitoooooooo.

Murmura, con voz casi inaudible mi nieto, y se queda, angélicamente, dormido. De puntillas, para no hacerle ningún ruido, salgo de su habitación.

En el más absoluto silencio. ¿Por qué? Por que a los tapiados les está prohibido hablar cuando son sacados de las celdas.

Esa noche, en la tapiada número quince, le relato, a la rana con la que converso cada anochecer, el cuento hecho a mi nieto. Ella, vanidosa al saber que el niño es su fan, desde algún resquicio de las tapiadas, al estilo Míster Bean, me responde:

- ¡Croaccccc! ¡Croaccccccccc! ¡Croacccc!

En ese mismo instante oigo que abren, estrepitosamente, la puerta de la celda. Le grito mentalmente a la rana que se calle. Entra el conduce que está de guardia ese día.

- ¡¿Dónde está?! – me rebuzna.

- ¿Quién?

- ¡¿Quién va a ser?! ¡¡La rana!!

- ¿La rana? ¿Qué rana? – le pregunto con cara de Forrest Gump.

- ¡¡La rana con la que usted estaba conversando!! – me vocifera.

- Yo con quien converso es con mi nieto – le digo en voz muy baja y agrego:

- Por favor, no grite, que el niño está dormido.

Con el dedo índice en los labios, musito:

- Siiissssssssssssssssssssssssssssssssssssssss ...

El conduce gruñe, resopla, cierra los puños, levanta los colchones de lona y malangueta, mira y remira debajo de las literas, sacude mis botas, busca en los bolsillos de mi pantalón, revisa el hueco en el piso donde hago mis necesidades fisiológicas.

Sin disimular su irritación, da por concluida la infructuosa búsqueda.

- ¡¡¡Ni usted ni esa maldita rana se van a burlar de mi!!! – Rebuzna al partir.

Al escucharlo rebuznar por segunda vez, el burro no se calla y le responde:

- ¡¡¡Aaaajaaaacccc!!! ¡¡¡Aaaajaaaaccc!!! ¡¡¡¡¡Aaaaaaaajaaaaaaaaaaccccccccc!!!!!

Se marcha. Cierra la puerta con tanta fuerza que el estruendo despierta a mi nieto. Es cuando la rana lanza a los aires de la prisión, cual soprano desde el escenario del Real Teatro de Madrid, la Scala de Milán o el Carnegie Hall de Nueva York, su ópera-guaracha prima y, a la vez, postrera, quizás, de Verdi o del Benny Moré (3):

- ¡Croac! ¡Croaaac! ¡Croaccc! ¡Croacc! ¡Croa! ¡Croaacc! ¡¡¡Croááááááááááááá!!!

El último croááááááááááááá es de pánico y dolor.

Al escucharla, al pequeño, semidormido, se le dibuja una sonrisa de plena felicidad en el rostro y, sin pausa, regresa a las profundidades de su interrumpido sueño.

Por la mañana, el Oficial y el conduce de guardia entran en la tapiada con el objetivo de efectuar la inspección diaria. Antes de marcharse, el segundo me entrega un pequeñísimo envoltorio. Al dármelo, con cierta compasión en los ojos, me manifiesta:

- Es un regalo, para usted, del conduce saliente.

Dos diminutas ancas de rana, en honor a la verdad, muy bien asadas y crujientes.

- Siiissssssssssssssssssssssssssssssssssssssss ...



(1) A los animales, aves e insectos que aparecen en el cuento, el autor (en el transcurso de los más de tres meses que permanece preso en las tapiadas del Departamento Técnico de la Seguridad del Estado, de la provincia y ciudad de Pinar del Río, Cuba, a lo largo del verano de 1997, como castigo del régimen por ejercer el humor político y el periodismo independiente), o los ve dentro de las celdas, como es el caso de los mosquitos, abejorros, hormigas, grillos y cucarachas; o los escucha desde el interior de las mismas sin jamás verlos, nómina en la que aparecen, entre otros: la rana, la gallina y los pollitos, el caballo, el toro, el pitirre, la cabra, el burro, el guanajo, los perros lobos y los gorriones; o bien, desde el soleador, los observa volar u oye cantar, relación que incluye, por citar unos ejemplos: auras tiñosas, mariposas, abejas, tomeguines del pinar, y sinsontes. Desde ese lugar también escucha las voces de los jóvenes guardias del SMO cuando se relatan sus aventuras amorosas del último pase.
(2) En Cuba (coloq.): el sol.
(3) Benny Moré (El Bárbaro del Ritmo), Santa Isabel de las Lajas 1919 - La Habana 1963. Showman: máximo exponente de la música popular cubana. Cantante, bailarín, compositor, director de orquesta. Creador de “La Banda Gigante”.

No hay comentarios: